El siguiente post se retoma del blog de un colega profesional Catedrático en Madrid, hace un remix de unos pocos autores sobre el impacto de las aplicaciones informáticas para la toma de decisiones de forma centralizada, pero sobretodo de la forma en que la ciudadanía accede a formas alternativas de mantenerse informado y partícipe sobre lo que sucede en su pequeño hábitat cotidiano, haciendo de otras aplicaciones "populares" un medio de contrapoder para la comunidad, constituyendose en verdaderas y posibles ciudades inteligentes. Por cierto este artículo es también recomedado directamente por la Profra. Sassen.
A finales del pasado mes el Gobierno de
España ha dado a conocer el anteproyecto de la Ley de Transparencia. Aunque se
trata de un texto en apariencia poco transparente (esperemos que cuando se
desarrolle se convierta en una norma realmente útil) es una buena excusa para
comentar un artículo de Saskia Sassen que, desde mi punto de vista, tiene una
gran importancia. Cuando lo leí pensé de inmediato que planteaba una
posibilidad cierta de convertir las llamadas smart
citiesen algo interesante. Saskia Sassen es
una profesora de sociología, codirectora delCommittee on Global Throught de
la universidad de Columbia y colaboradora en muchas publicaciones como The
New York Times, OpenDemocracy.net, Huffington Post o Le
Monde. Se encargó de una ponencia en las
Jornadas que organizamos en la Escuela de Arquitectura de Madrid en marzo de
2006 y en la comida a la que asistió el día de su charla pudimos hablar con
ella durante un buen rato. A mí particularmente me pareció una persona
extraordinaria con unas ideas luminosas y un interés por lo nuevo que se notaba
de inmediato. Recuerdo que hablamos de muchas cosas y, entre ellas, de que la
mayor parte de las aglomeraciones que llamamos ciudades ya no se deberían
llamar así porque eran otra cosa.
Menciono la anécdota anterior porque cuando estaba pensando qué titulo iba a darle a este artículo pensé en principio el de "ciudades de código abierto", pero luego viendo el título del suyo "Open Source Urbanism" llegué a la conclusión de que, efectivamente, este era el más adecuado ya que no estaba claro que las ciudades fueran su objeto exclusivo. De cualquier forma el título es lo de menos. Domenico di Siena, uno de mis mejores exalumnos de doctorado (en este mismo blog podéis leer un trabajo suyo: “Internet para la investigación”) en un magnífico artículo publicado en Creatividad y Sociedad habla de “ciudades de código abierto”, lo mismo que Juan Freire en su blog ya hace algún tiempo. Y en ambos se entiende perfectamente el objeto. Uno de los grandes agujeros negros en la creación, organización y diseño de nuestras ¿ciudades? es la llamada participación. Todos decimos que es algo muy importante, fundamental, inexcusable, imprescindible, necesario, etc., pero casi nadie sabe como abordarlo de una forma mínimamente creíble. Paralelamente, la tecnología avanza de una forma inexorable cambiando formas de vida, usos de tiempo, relaciones personales e, incluso, valores. Pienso que la consideración conjunta de ambos factores, participación y tecnología, puede ayudar a mejorar esos entornos urbanos y hacerlos más sostenibles.
En un artículo anterior que titulé “Smart Cities, los inventos del TBO” trataba de reflexionar sobre las tecnologías aplicadas a la organización de la ciudad y planteaba el hecho de que los sistemas centralizados cerrados, en los que las decisiones se toman en función de miles de datos que entran en un sistema, se cruzan, y se elaboran para presentar unas pocas alternativas a los gobernantes (a veces una sola que se convierte en automática), tiene muchos peligros. El más evidente es, por supuesto, que los encargados de decidir pueden considerarse auténticos dioses que ayudados de máquinas casi infalibles toman las mejores decisiones (o las menos malas). Pero la perversión probablemente más importante es que el gobernado, el que no decide, no tiene ninguna posibilidad de saber lo que realmente ocurre, de plantear alternativas o de oponerse a unas decisiones que le vienen impuestas. En primer lugar, por un software diseñado por empresas cuyo objetivo fundamental es el de obtener dinero, basado en cientos de patentes y del que resulta imposible conocer sus interioridades más que por los “sumos sacerdotes” del programa. Pero también, porque los gobernantes (en el mejor de los casos honrados) constituyen un reducido círculo con visiones a veces demasiado personales y casi siempre cerradas, sobre los criterios de decisión o sobre las decisiones mismas.
El enfoque de Saskia Sassen parte de una idea básica que resume con la expresión: “la ciudad incompleta”. La ciudad, o lo que sean los lugares en los que vivimos, históricamente se ha caracterizado porque nunca está terminada, porque siempre existen resquicios que permiten el cambio, la mutación. El que la ciudad sea incompleta (mis alumnos me lo habrán oído decir muchas veces) es esencial para permitir su evolución y, sobre todo, para responder a las nuevas necesidades. Las ciudades nunca deberían están terminadas porque en ese instante estarán muertas. Esto no sucede sólo con las ciudades, pasa con casi todos los sistemas parecidos. Ahora no es el momento de entrar en el tema, pero me resulta suficiente admitir la evidencia de que la ciudad incompleta tiene mayor capacidad de adaptación que la terminada. La otra idea que complementa la anterior es que la ciudad cambia no sólo por las grandes actuaciones de arriba-abajo sino también por muchos y pequeños cambios de abajo-arriba. Dice Saskia que esto es posible porque la ciudad no está formada sólo por lo que llama el hardware (los árboles, los edificios, las calles) sino también por el software (las personas). Sin software no existe ciudad, sólo objetos. Y es el software lo que le da sentido al hardware, no al contrario.
En su artículo describe un caso concreto. “En mi ciudad, Nueva York, un ejemplo de software de esas personas es el Riverside Park. En la década de 1980 pasó de ser una zona prohibida, cargada de peligros, a ser un parque para todos aquellos que querían usarlo. ¿Cómo sucedió este cambio? En parte porque muchos dueños de perros comenzaron a pasearlos en el parque. Tener un perro en sí era una reacción a la sensación de inseguridad en una ciudad de altas tasas de homicidio y atraco. Pero la ciudad como un medio ambiente vivo ha tolerado la mutación y permitió a la gente a interactuar de nuevo: un perro, a pasear al perro, ir en grupo, y a recuperar el territorio del parque”. Pues bien, en una ciudad terminada no hay posibilidad de que los pequeños y numerosos cambios permitan una organización urbana de abajo-arriba. Las ciudades inteligentes, tal y como están hoy planteadas, tienden siempre a cerrar las situaciones, a evitar la incertidumbre, entendiendo que el valor de la seguridad es siempre más importante que el de la innovación o la creatividad. Cuanto más cerremos el sistema más seguro será. Por este camino nos acercamos al panóptico de Jeremy Bentham en el que la seguridad es máxima, la incertidumbre mínima y donde las situaciones se gobiernan excluyendo el azar o la disidencia. La posibilidad de que las pequeñas acciones terminen cambiando el funcionamiento del sistema tiende a ser rechazada.
Sin embargo la tecnología puede utilizarse de otra manera. La imagen sería la del código abierto. En informática el código abierto no es más que un programa normalmente construido entre muchos, expuesto al conocimiento público y que, por tanto, puede ser modificado por cualquiera (aunque luego el tema de los derechos sea más complejo). Al tratarse de una imagen tiene bastante poder evocador pero también es necesario tomarla con precauciones. Saskia habla de la necesidad de “urbanizar la tecnología”. Para ella esto significa utilizar la tecnología con el objetivo de conseguir que la ciudad se haga más visible al ciudadano. Que procesos normalmente ocultos puedan aparecer y volverse comprensibles. Dice: “pienso desde hace tiempo que las principales infraestructuras, desde la recogida de residuales hasta la electricidad o la banda ancha, deberían estar recubiertas por materiales transparentes y así, si por ejemplo estás esperando el autobús puedes ver como trabaja la ciudad e implicarte”. Esta trasparencia es ahora posible mediante la tecnología. Lo mismo que se puede ver la temperatura en la parada del autobús, el ciudadano debería poder conocer en tiempo real la situación de algunas variables críticas relacionadas con sus intereses. Desde la contaminación hasta el consumo en electricidad de la calle por la que transita, pasando por el número de delitos que se han producido en el barrio en el último mes.
Fragmento página web policía de Chicago
con los delitos producidos
Este sería un primer paso para conseguir ciudades de verdad inteligentes. Hacer que los procesos urbanos se hagan visibles al ciudadano. Es decir, hacer la ciudad transparente. He empezado el artículo hablando de la Ley de Trasparencia. Aunque parezca que ambas cosas no tienen que ver están muy relacionadas. Sin que el ciudadano tenga posibilidad de informarse, de conocer lo que realmente pasa, sea en las cuentas públicas o en la implicación que tiene el transporte privado en la calidad del aire que respira, no podrá tener criterio racional para decidir (ya que de eso se trata). Su única alternativa será dejar su gobierno en manos de unos pocos que parecen contar con la sabiduría necesaria y que tomarán las decisiones por ellos. A finales del pasado mes estuve en una Jornada que organizó el Instituto Valenciano de la Edificación conjuntamente con la Universidad de Alicante sobre La evaluación de la sostenibilidad en la regeneración urbana integrada intentando responder a la pregunta de si era posible medir la sostenibilidad urbana. Independientemente de la respuesta que dí en la charla (lo dejaré para otro día) la Jornada fue muy interesante porque casi toda ella transcurrió hablando de números, de índices y de indicadores, pero al final surgió la idea más o menos clara de que, en realidad, el objetivo más importante de esos números no era ayudar a tomar decisiones a los gobernantes sino conseguir que el ciudadano tuviera una idea lo más certera y comprensible de qué estaba pasando en el sitio donde vivía.
Pero la tecnología debería permitirnos dar un paso más. Lo explica muy claramente Domenico di Siena cuando dice: “La presencia de una entidad centralizada no es necesaria cuando los dispositivos de control y de retorno de la información (feedback), permiten a los actores visualizar o tomar conciencia de las consecuencias de sus acciones. El fenómeno de auto-organización inconsciente se vuelve control consciente e intencionado cuando se permite a los individuos entender los efectos de sus acciones. Aquí entra el concepto de tensegrity, cuando se refiere a un modelo de gestión donde las decisiones descentralizadas se juntan a las centralizadas evitando una dinámica de control totalmente cerrada y omnipresente. Invirtiendo la supremacía de la centralización sobre las decisiones individuales, se consigue que los ciudadanos tomen consciencia de sus acciones y así coordinarlas de manera intencionada”. Hay que entender por tanto que se trata de aprovechar la tecnología para conseguir un modelo de gestión diferente en el que los individuos tengan un papel activo en la toma de decisiones. Intentar conseguir esto hace unos años era una utopía. Hoy es posible. Y esto es lo que debería ser una ciudad inteligente, una ciudad transparente al ciudadano en la que la tecnología posibilitara esta trasparencia permitiendo además intervenciones de abajo-arriba que mediatizaran las decisiones de arriba-abajo.
Ya ha empezado a ocurrir. Dice Domenico: “Un ejemplo muy claro de todo lo que estamos presentando aquí son las últimas movilizaciones ciudadanas que están teniendo lugar en España. Tras la manifestación del 15M, un evento autorizado y organizado durante semanas, que congregó a decenas de miles de personas, nacen unas acampadas en numerosas plazas en toda España. Estas acampadas se organizaron en cuestión de horas, usando únicamente Twitter y Facebook. Ejercer un control sobre todos estos flujos de información y catalizadores de acciones como las acampadas es imposible. Se ha dado un paso hacia un modelo en el que gobernantes y administradores van a tener que entender, que no pueden seguir ignorando a los ciudadanos y defendiendo los intereses de otros”. Es evidente que están pasando cosas que pueden ayudar a cambiar la forma de gobernar lo local, evolucionando de una situación en la que la mayor parte de las decisiones eran centralizadas a otra de carácter más descentralizado. Por supuesto que en muchos casos, para determinadas decisiones, sigue siendo necesaria la presencia física en los sitios y los intercambios directos entre personas. La función básica del espacio público que es la de posibilitar la expresión de la ciudadanía está más viva que nunca (otras no). Pero la forma en la que se crea opinión, en la que se organizan los ciudadanos y en la que se mueven, nunca volverá a ser como antes.
La constatación de que el llamado cuarto poder, los “media”, está hoy al servicio de los grupos de presión económicos, o en manos de unos pocos que buscan exclusivamente su beneficio, ha llevado a Ignacio Ramonet a proponer un quinto poder (ver la referencia en Materiales). Obviando su propuesta del Observatorio Mundial que parece un tanto discutible, el análisis que hace para llegar a ella me parece brillante. En cualquier caso es importante entender la necesidad de un contrapoder frente a los "media”, frente a los gobernantes y frente a los grupos de presión económicos. Probablemente esté basado en la comunicación descentralizada. Pero, tal y como hemos visto, para que verdaderamente funcione es necesaria la trasparencia. Es decir, la comprensión por todos del comportamiento del sistema. Y si hablamos de urbanismo y de ciudades, con mayor motivo, ya que estamos ante nuestro ámbito vital, parte esencial de nuestra identidad. Necesitamos, como dice Saskia, una ciudad de cristal. Una ciudad transparente, sin rincones obscuros. Sólo así será posible un poder local descentralizado que equilibre la imposición de los poderes tradicionales y que posibilite cambios de abajo-arriba. Esa sería, de verdad, una smart city, una ciudad de código abierto, no la ciudad de Cisco, de IBM o de Microsoft. La tecnología debería ayudar a conseguirlo.
Materiales:
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Saskia Sassen: “Open Source Urbanism”, en The New City
Reader: A Newspaper Of Public Space, nº 15 Local, "The Last
Newspaper" New Museum of Contemporary Art, October 6, 2010 - January 9,
2011.
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“Entrevista con
Saskia Sassen: Urbanismo de código abierto y urbanización de la tecnología.
Sobre Smart Cities”. Urbana Digital, 27, julio,
2011.
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Los materiales anteriores también se
pueden encontrar en la página web de
Saskia Sassen, además de otros enlaces bastante interesantes.
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Domenico di Siena: “Ciudades de código abierto.
Hacia nuevos modelos de gobernanza local”, en Creatividad y
Sociedad, nº 17, septiembre de 2011. Este artículo algo reducido se puede
encontrar también en La Ciudad Viva.
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Como en el último párrafo he citado el
artículo de Ignacio Ramonet, y aunque el quinto poder de que habla no es
exactamente al que me refiero, esta es la referencia en castellano: Ignacio
Ramonet: “El quinto
poder” en Le Monde Diplomatique (edición
española), octubre de 2003.
Publicado
por José Fariña a las 20:53
Tomado del blog de José Fariña, a quien felicitamos y agradecemos por este post excelentemente decantado que invita a la re-reflexión sobre nuestro campo y forma de vida, puede consultarse directamente en: