El presente texto pretende compartir una visión particular en torno al cómo la globalización no termina de dar el tiro de gracia a una Planeación Territorial ya secuestrada, victimizada y oprimida hasta estar a punto de su colapzo pero solo hasta ahí, para mantenerla respirando en agonía hasta exprimirle el ultimo reducto de una legitimidad obsoleta, como herramienta suya de apropiación de conceptos, valores y escenarios de procesos historico sociales, es decir de las formas en que se expresan sobre los distintos territorios, las comunidades, con el fin de mantener a flote un sistema mundial contradictorio en su genesis y por tanto sostenible solo a costa de la explotación de unos por otros.
Presenta un marco general de las contradicciones del sistema global desde el fin del fordismo en México, y su expresión sobre los sistemas de Planeación Territorial destacando la desvinculación entre el ser humano en todas las esferas y la naturaleza que lo contextualiza y le da sentido; para terminar con un par de propuestas de resistencia a esa no-planeación territorial y arremeter contra lo que bien puede ser su razon de no morir.
Mas que un concepto “científico”, la
globalización parece jugar el papel de fetiche, determinando aparentemente las concepciones
de mundo y vida que experimentamos día con día; relacionándosele con problemas
sociales, catástrofes financieras y crisis, al mismo tiempo que se le vincula con
una avalancha de esperanzas de un
sólo mundo unido, seguro y pacifico; esta idea y uso se termina por develar como una cortina de humo sobre las
condiciones reales, objetivas de un sinnúmero de comunidades, es decir, por múltiples
experiencias prácticas: cada vez son más los conflictos armados entre Estados y
dentro de ellos; se hacen más profundas las divisiones sociales aún a nivel
internacional; el racismo, fundamentalismo y nacionalismo se observan cada vez
mas voluntariosos y peligrosos; la discriminación racial, de género o de
estrato mas que diluirse, se profundiza y muta en abismal y violenta.
Sin embargo es conveniente partir del
supuesto de que nada es principio ni fin; la importancia de los múltiples y
variados procesos como hechos históricos, como transformaciones continuas de la
realidad, no espontaneas sino construidas unas junto a otras, detrás de otras y
provocando otras más, resalta la necesidad de retomar estos procesos, no
siempre evidentes, pero que, mas no por ello dejan de estar presentes.
En primer lugar, la idea de unificación
del mundo presente y futuro, es íntima y virtualmente reforzada mediante el uso
casi profético de tecnologías con enormes posibilidades de transferencias de
información, rápidamente y a gran distancia. Luego, geopolíticamente, la
transformación progresiva de los Estados de seguridad –social y de
vigilancia-, hacia la “posmodernidad” a
la ofensiva contra quien se oponga a la aplanadora del modelo democrático liberal
que terminará por convulsionarlos en Estados nacionales de competencia, lo que
implica nuevas reglas de dominación.
De esta dominación son fruto y semilla histórica,
un nuevo sistema de valores, una nueva y victoriosa utópica liberal, donde
todos poseemos la libertad para elegir los medios convenientes para alcanzar un
mundo mejor y más pacífico, aunque estos fueran coercitivos, depredadores,
tecnofacistas; así de entre esos medios capitalistas, dominante y
universalmente, el mercado se polariza de forma diametral entre la fuerza de
trabajo que sigue anclada por dicha utópica al territorio de los Estados
nacionales y, el capital –léase
dinero, mercancías, servicios e información-, se extiende mas allá de las
fronteras recién abiertas a la producción e intercambio desigual, lejos de la
anterior y obsoleta estrategia centralista, corporativa e institucionalizada,
cuyo estancamiento de la compatibilidad entre la ganancia y el bienestar
colectivo mostro serios limites y enterró mas aún los compromisos sociales y
las bases de la acumulación y regulación internas del Estado de bienestar.
Es así como la globalización surge como
estrategia capitalista para solucionar la crisis fordista, como estratégia
capitalista dentro de la lucha de clases, la cual requiere de legitimación
ideológica tanto en los países centrales y la periferia con mayor fuerza. Así, la implantación de tecnologías y
procesos que prometen al capital la apertura de nuevos mercados y fuentes de
ganancias se convierte en el propósito de la globalización; la distribución
social del ingreso se desplaza a favor
del capital, y el capital internacional se desplaza de un lugar a otro sin
considerar fronteras nacionales, aprovechando las mejores ubicaciones de
producción a costos favorables, reformando en conjunto y radicalmente las
estructuras políticas y sociales a través de la coordinación de los gobiernos
neoliberales que como conseuencia de la crisis llegaron al poder.
De esta manera, las políticas de
económicas de liberalización y desregulación funcionaron para generar las
condiciones políticas e institucionales adecuadas para transformar la relación
de fuerzas de las clases sociales a todos los niveles, de tal forma que la lucha de clases muta ahora como proceso de
búsqueda, transformación y mantenimiento de condiciones de vida para
reproducirse quizás ya no como un frente social u otro sino como un sistema en
sí –y por ello en decadencia- o para reproducir a la vida misma.
La sociedad globalizada, permeada por
esos nuevos valores que enterraran el pacto social del sistema anterior, ha
visto como queda desmentida la promesa de un bienestar creciente y una
democracia incluyente y tangible, al mismo tiempo queda fracturado el tejido
social como consecuencia de la implantación de las políticas neoliberales que
funcionan para que los Estados compitan entre sí, por un lugar en la
acumulación internacional recurriendo inclusive a la intervención armada sobre
la periferia; también se desarrollan condiciones tercermundistas dentro de las
metrópolis capitalistas transformando considerablemente la relación centro –
periferia dándole nuevos sentidos espaciales.
Con lo anterior se puede observar que el Estado
posfordista, refuerza las contradicciones territoriales, dejando la definición
de objetivos, estrategias y tendencias de acción sobre los problemas
económicos, sociales y territoriales en manos del gran capital y el libre
mercado; contrastándose con el Estado de seguridad fordista, pues estos cambios
del capitalismo global, restringen su intervención, lo que significa también el
agotamiento en el modo de regulación política sustentado en las mencionadas
organizaciones colectivas.
Con la política social nacional, condicionada a movimientos globales
de capital, presionados por posicionamiento internacional y el adelgazamiento
del Estado social, los gobiernos locales tienen cada vez menos capacidad de
actuación en la ocupación y uso del territorio y menos canales de participación
social en su gestión; cuyos valores dominantes resultan de la renuncia a
estrategias de integración material, como el individualismo, diferencia y libre
mercado, mismas que se tradujeron en condiciones cada
vez mas agudas de desigualdad y exclusión social, agotando la participación
social, la cooperación y los procesos de solidaridad colectiva.
Lejos de desintegrarse,
los Estados nacionales se recomponen en nuevo modelo de acumulación y regulación, constituyéndose como grupo
de poder que pretende renovar y redefinir mecanismos de control y mediación
sobre la sociedad, economía y territorio a través de la redefinición de los
roles de las clases en la acumulación, como
a las organizaciones corporativizadas en el modelo anterior, con la
correspondiente adecuación del marco jurídico administrativo, nuevas formas de
control social y la reestructuración territorial acorde al modelo.
De tal manera que
en este nuevo modelo, los asentamientos urbanos presentan una clara
desindustrialización y la expansión de los servicios bancarios, financieros e
informáticos, así como las actividades informales; mientras que en los
asentamientos rurales han dominado condiciones de escasez de tierra fértil, la expropiación de tierras -con la contrareforma agraria, en
el caso mexicano que prácticamente desvirtuó al ejido y las comunidades agrarias-, posibilitando la penetración incontrolada del gran capital en el campo,
acelerando el empobrecimiento y expulsión de mas familias campesinas y su
migración hacia las ciudades donde son sometidos a una mayor explotación, segregación y violencia.
La falla principal del capitalismo es
que el capital y su expansión son el motivo y finalidad de la producción, en
lugar de la realización humana o sus facultades, el desarrollo se expresa como
un proceso de acumulación desigual y la Planeación del territorio como un
discurso impuesto, como disciplina al servicio del capital vía sociedades
mercantiles, civiles o instituciones oficiales Estatales e internacionales. De
este modo el Territorio ya no juega para el capital, su papel primordial e
histórico como escenario de procesos histórico - sociales, soporte de
condiciones materiales, y que es modificado como respuesta a la superposición,
excluyente y contradictoria de dichos procesos, lo que le otorga una
particularidad, en un momento de un modo de producción; dejando de ser en los
sujetos, una construcción social, por tanto cambiante, colectiva y contradictoria;
material y de pensamiento.
En ese mismo
contexto, la planeación del territorio no ha incorporado las formas ni
practicas de organización y participación popular, que aunque de
forma fragmentada ha generado propuestas alternativas a la planeación tradicional
para transformar los asentamientos; de tal manera que se han mantenido
separadas entre sí y cada una respondiendo a su propia lógica, fragmentando y
disolviendo esfuerzos contradictorios manifiestos en la conformación de
asentamientos que responden de manera desigual e insuficientemente, tanto a las
necesidades del desarrollo del aparato productivo, como a las necesidades
socialmente determinadas.
Así, si el territorio es entendido como expresión de la lucha por el
poder, como representación o síntesis de los múltiples conflictos sociales en
torno a las desigualdades y se comprende que las políticas neoliberales dirigen la acción colectiva
institucionalizada, y a las organizaciones de la sociedad civil como reproductoras
(conscientemente o no) de explotación, exclusión y polarización bajo discursos
de ayuda y beneficencia, donde el Estado abiertamente delega los compromisos
adquiridos con el modo de regulación anterior, hoy obsoleto y hasta desechado,
a quien se considere capaz y dispuesto; y a su instrumento más voraz, la
democracia representativa, como instrumento de reproducción de políticas
neoliberales, entonces la idea de una vida digna se convierte en muchos
discursos personales permeados por un compuesto ideológico dominante y real;
más no único.
La Planeación Territorial no solo debe
ser considerada como problema de representación cartográfica, sino como
herramienta de conocimiento e interpretación de las distintas formas de uso y
apropiación del espacio que realizan los diversos grupos sociales y de las
múltiples interrelaciones sociales y económicas tejidas entre el medio natural
y el construido; por lo que una primera alternativa puede ser, la resistencia a
formas no mediadoras, excluyentes, segregadoras, y apolíticas de apropiación, transformación
y reproducción de la naturaleza, y por tanto del territorio; de ahí partir,
hacia la (no)-(re)construcción o el impensar otra de muchas Planeación(es)
Territorial(es) posibles como utopías, como estrategias, como formas de vivir
cotidianamente.
La generación de alternativas no solo
como “profesionales” ni solo como “ciudadanos”, sino como sujetos, con nuestras
particularidades e historias propias y colectivas, construidas en el día a día,
entendiéndonos no como el propósito, sino como medio integrado o en búsqueda de
integración, en un entorno compartido; con las herramientas que hemos adquirido
y podemos adquirir a través de la socialización de nuestras experiencias, pues
toda política expresa aspiraciones y proyectos de ciudad la haga quien la haga.
Los planificadores deben ser capaces de
expresar aspiraciones, objetivos y proyectos territoriales concertados,
consensuados y negociados entre clases, por ello hacen política, generando
herramientas de decisión y por tanto, de apropiación, producción y gestión para
la planeación territorial como integradora o no del territorio
Es menester de las personas, sustituir
esas estructuras y mecanismos por otras formas que le devuelvan a la sociedad,
a la gente común el derecho a decidir tangiblemente su presente en conjunto, en
su contexto, hacia un futuro. La mejor manera de presentar una ofensiva, es la
consolidación de movimientos sociales, de redes populares, organizaciones
autónomas de mujeres, hombres, jóvenes, obreros, campesinos, indígenas,
profesionales, estudiantes, y muchos, más para restablecer la sociedad civil,
popular, indígena, etc. por si mismas, no desde arriba y afuera. Otra
alternativa es volver a socializar la riqueza colectiva, recuperar territorios
de forma común.
Una última forma “preliminar” de
alternativa, ya rebasando la resistencia y pasando a la ofensiva, es
–parafraseando a Nietzsche- matar a los tomadores de decisiones, mediante el
despliegue y la innovación de multiples formas de participación desde abajo,
desde lo cotidiano, desde lo local, pero no de forma aislada, sino coordinada,
de manera solidaria con muchas otras comunidades, precisamente produciendo redes de "islas" y generando otras formas de
apropiación, significación y organización local, y con ello matar a ésta (no)Planeación Territorial; tan
contradictoria, opresora, restrictiva y conveniente, por una real, tangible, plural
y sostenible apropiación simbólica, material y política del territorio.
@doktorgatogris