El
punto de partida de la reflexión teórica es la oposición, la negatividad, la lucha.
El pensamiento nace de la ira, no de la quietud de la razón; no nace del
hecho de sentarse, razonar y reflexionar sobre los misterios de la existencia,
hecho que constituye la imagen convencional de lo que es "el pensador". Empezamos
desde la negación, desde la disonancia; ésta surge
de nuestra experiencia.
A
veces lo que nos incita a la
rabia es la experiencia menos directa de lo que percibimos a través de la
televisión, los periódicos o los libros. Nuestra
furia cambia cada día de acuerdo
con la última atrocidad. Es imposible leer el periódico sin sentir rabia,
sin sentir dolor, confusamente.
Nuestra
ira no se dirige sólo contra
acontecimientos particulares sino contra una impostura más general, contra
el sentimiento de que el mundo está trastornado, de que el mundo es en
alguna forma falso.
No
necesitamos tener una imagen de cómo
sería un mundo verdadero para sentir que hay algo radicalmente equivocado
en el mundo que existe. Sentir que el mundo está equivocado no
significa, necesariamente, que tengamos cabal idea de una utopía que ocupe
su lugar. No
necesitamos la promesa de un final feliz para justificar
el rechazo de un mundo que sentimos equivocado.
Este
es nuestro punto de partida: el rechazo de un mundo al que sentimos equivocado,
la negación de un mundo percibido como negativo. Debemos asirnos
a esto.
Nuestra
furia se alimenta constantemente de la experiencia, pero
cualquier intento de expresarla se topa con una pared de algodón absorbente.
Nos encontramos con multitud de argumentos que parecen bastante razonables. ¿Se
trata acaso de que no entendemos la complejidad del mundo o las dificultades
prácticas de implementar un cambio radical?
Mientras
más estudiamos la
sociedad, tanto más se disipa nuestra negatividad o tanto más se la deja de
lado por irrelevante. En el discurso académico no hay lugar para el grito.
Nos
proporciona un lenguaje y una manera
de pensar que dificulta expresar nuestro grito bajo la forma de algo que debe
ser explicado; no se
trata tan solo de que negar el grito por completo, sino de robarle toda su validez.
Cuando
nos convertimos en científicos sociales aprendemos
que para comprender debemos perseguir la objetividad, debemos
hacer a un lado nuestros propios sentimientos.
Cómo
aprendemos es lo que parece enmudecer nuestro grito. Lo
que nos desarma es una estructura entera de pensamiento; sin
embargo, ninguna de las cosas que nos enfurecían al comienzo ha desaparecido. Los
horrores del mundo continúan.
No debemos dejar que nuestra
ira sea disuelta en la realidad: más bien es la realidad la que debe ceder
ante nuestro grito.
Nosotros
estamos aquí como punto de partida porque no podemos comenzar
con honestidad desde ningún otro lugar. No podemos comenzar desde
ningún otro lugar que no sea el de nuestros propios pensamientos y nuestras
propias reacciones. El hecho de que nosotros y nuestra concepción de
nosotros sean el producto de toda una historia de la subjetivación del sujeto
no cambia nada.
Sólo
podemos comenzar desde donde estamos, desde
donde estamos y no queremos estar, desde donde gritamos; el
acto de escribir o leer se basa en la suposición
de alguna clase de comunidad, sin importar que sea contradictoria
o confusa.
Lo
que sentimos no necesariamente es
correcto, pero es un punto de partida que debe ser respetado y criticado, no
despreciado en favor de la objetividad; inevitablemente
es un desacuerdo que también alcanza nuestro
interior, que nos divide en contra de nosotros mismos. No
podemos empezar simulando que estamos fuera de la disonancia de nuestra propia
experiencia, pues hacerlo sería mentir.
Sólo
negativamente, críticamente, podemos intentar emanciparnos a nosotros mismos,
alejarnos del lugar en que estamos. No se trata de que criticamos porque
estamos mal adaptados, porque queremos ser difíciles; es sólo que la
situación negativa en la que existimos no nos deja otra opción. Vivir, pensar,
es negar de cualquier manera que podamos la negatividad de nuestra
existencia.
El
mundo es un mundo de desequilibrio y lo que se debe explicar es el equilibrio y
el supuesto de un equilibrio. Gritamos
mientras caemos no porque estemos
resignados sino porque todavía tenemos la esperanza de que podría ser de otra
manera.
Nuestro
grito es un rechazo de la aceptación, un
rechazo a aceptar lo inaceptable, un rechazo a aceptar la inevitabilidad de la
desigualdad, de la miseria, de la explotación y de la violencia creciente.
Un rechazo a aceptar la verdad de lo falso, a no tener escape.
Nuestro
grito es un rechazo a revolcamos en el hecho de ser víctimas de la opresión,
a sumergimos en una "melancolía de izquierda" es un
rechazo a ser contenidos, es un desborde, un ir más allá del margen, más
allá de los límites de la cortesía social. Pero
aun mientras nos desbarrancamos,aun
en los momentos de mayor desesperación, rechazamos la aceptación de que
tal final feliz sea imposible. El grito se aferra a la posibilidad de una apertura,
se niega a aceptar el cierre de la posibilidad de una otredad radical.
Nuestro
grito, entonces, es bidimensional: el grito de rabia que se eleva a partir
de nuestra experiencia actual conlleva una esperanza, la proyección de
una otredad posible. El grito es extático, en el sentido literal de salirse de sí
mismo hacia un futuro abierto. Nos
salimos de nosotros mismos, existimos en dos dimensiones.
El grito implica una tensión entre lo que existe y lo que podría posiblemente
existir, entre el indicativo (lo que es) y el subjuntivo (lo
que puede ser). Vivimos en una sociedad injusta pero deseamos que no lo
sea: ambas partes de la oración son inseparables y existen en constante tensión
una con la otra. El grito no necesita ser justificado por el cumplimiento
de lo que podría ser: es, simplemente, el reconocimiento de la
dimensión dual de la realidad.
Lo
que en consecuencia se
percibe como real es, que vivimos en una sociedad injusta: lo que podríamos
desear es asunto privado nuestro, tiene una importancia secundaria; y en tanto el adjetivo "injusto" adquiere realmente sentido sólo en
referencia a una sociedad justa posible, eso también se elimina, dejándonos
solamente con "nosotros vivimos en una sociedad x".
La
realidad refiere a la
primera parte de la oración, a lo que es. La segunda parte de la oración, lo
que debiera ser, se distingue claramente de lo que es, y no se la considera como
parte de la realidad. El "debiera" no se desecha completamente: se convierte
en tema de la teoría social "normativa". Lo que se rompe por completo
es la unidad de ambas partes de la oración. Sólo con este paso, se descalifica
el grito de rechazo-y-anhelo.
La
sociedad es, pero existe
en tensión con lo que no es, o que todavía no es. Existe identidad, pero
la identidad existe en tensión con la no identidad. El
grito es una expresión de la
existencia presente de lo que se niega, la existencia presente del todavía-no,
de la no identidad.
El
horror surge de la "amargura de la historia", pero si no se
trasciende esa amargura, el horror unidimensional conduce sólo a la depresión
política y al encierro teórico. De manera similar, si la esperanza no
está firmemente asentada en la misma amargura de la historia, se convierte
sólo en una tonta expresión unidimensional de optimismo.
El
desafío consiste, más bien, en unir
pesimismo y optimismo, horror y esperanza en una comprensión teórica
de la bidimensionalidad del mundo. El objetivo no es sólo el optimismo
del espíritu sino del intelecto.
El
desafío consiste en desarrollar una manera de pensar que construya
críticamente desde el punto de vista inicial negativo, una manera de
comprender que niegue la no-verdad del mundo. No
sólo se debe rechazar una perspectiva desde arriba
sino también toda la forma de pensar que proviene de y sostiene tal perspectiva. Tenemos
solamente una brújula para guiarnos:
la fuerza de nuestro propio "¡No!" en toda su bidimensionalidad, el
rechazo de lo que es y la proyección de lo que puede ser.
La
pérdida de la esperanza
en la posibilidad de una sociedad más humana no es resultado de que
las personas estén ciegas a los horrores del capitalismo; es, simplemente,
que parece no haber ningún otro lugar adonde ir, ninguna otredad
a la que volverse. Lo más sensato parece ser olvidar nuestra negatividad,
desecharla como una fantasía de juventud; sin embargo el mundo
empeora, las desigualdades se vuelven más patentes, la autodestrucción
de la humanidad parece estar más cerca. Entonces, quizás no
deberíamos abandonar nuestra negatividad sino que, por el contrario, deberíamos
intentar teorizar el mundo desde la perspectiva del grito.
Resulta
difícil creer que alguien esté tan a gusto con el mundo
como para no sentir repulsión ante el hambre, la violencia y la desigualdad
que lo rodean. Es mucho más probable que suprima consciente o
inconscientemente la repulsión o el desacuerdo, ya sea para tener una vida
tranquila o, mucho más simple aún; porque simular que no ve o no siente
los horrores del mundo que le proporciona beneficios materiales directos.
Para
proteger nuestros empleos, nuestras visas, nuestras ganancias, nuestras oportunidades
de recibir buenas calificaciones, nuestra cordura; aparentamos
no ver, purgamos nuestra percepción filtrando el dolor, simulando
que no está aquí sino allá lejos, en
una otredad tal, que por ser extraña, depura nuestra propia
experiencia de toda negatividad. Es sobre esa percepción purgada que
se construye la idea de una ciencia social objetiva y libre de valores. La
negatividad a la repulsión por la explotación y la violencia, se la entierra completamente,
se la sumerge en el concreto de los cimientos de la ciencia social
Nuestro
grito es un grito de frustración,
es el descontento de quien no tiene poder. Pero si no tenemos poder, ¿no hay nada que podamos hacer? ¿Y si intentamos volvernos poderosos
fundando un partido, levantándonos en armas o ganando una elección?, ¿no seremos diferentes de todos los otros poderosos de la historia? Entonces, ¿no hay salida, no hay rupturas en la circularidad del poder? ¿Qué podemos
hacer?
R= Cambiar
el mundo sin tomar el poder.
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