La ciudad contemporánea vive un complejo proceso de transformación.
Las relaciones sociales y la vitalidad urbana de los barrios son cada
vez más escasas y fragmentadas.
El espacio público ha dejado de ser un espacio de oportunidad
para la colectividad, sus administradores parecen considerarlo
exclusivamente como un espacio problemático y solo actúan para vaciarlo
y prevenir cualquier tipo de problema, limitando todo tipo de
actividad espontánea de los ciudadanos. Todo queda bajo control y en
algunos casos ese control se vuelve casi policial.
Como explica Manuel Delgado el espacio público desde
su nacimiento con la modernidad se ha configurado como un espacio
donde el Estado pretende desmentir la naturaleza asimétrica de las
relaciones sociales que administra, ofreciendo el escenario “perfecto”
para el sueño imposible del consenso equitativo en el que puede llevar a cabo su función integradora y de mediación.
La idea del espacio público como garantía de la democracia y como
espacio de libertad para los ciudadanos se encuentra hoy en profunda
crisis.
La población urbana se caracteriza hoy por su elevada heterogeneidad y fragmentación,
pues conviven grupos humanos con diferencias relevantes en materia de
estructura sociodemográfica, estatus socioeconómico, estilos de vida,
pautas de consumo, sistemas de valores, actitudes, percepciones y
preferencias.
Ofrecer ese espacio de convivencia e igualdad es una tarea muy
difícil; la realidad actual ha superado a los responsables encargados
de gestionarla. Los administradores (políticos) han asumido que
los espacios públicos ya no son políticamente rentables y actúan en
consecuencia, con miedo.
Este miedo a perder el control, a meterse en el barro y
mancharse, hace que las iniciativas tiendan a restringir las
posibilidades de los espacios y a catalogarlos de manera que su uso
esté definido y acotado, frente a la infinidad de situaciones que se
pueden producir en un contexto con tantos elementos distintos (…)
prefieren simplificar y podar, reducir la complejidad en lugar de
estudiarla y potenciarla, legislando desde la restricción. (Juan López-Aranguren Blázquez, 2009)
Las sociedades occidentales están pasando de producir comunidades a
producir colectividades, donde la escasez de solidaridad entre sus
miembros obliga a una mayor necesidad de organización colectiva.
Manuel Delgado nos recuerda que lo
que une a las personas y las convierte en poderosamente solidarias no
es que piensen lo mismo, sino que experimentan y se transmiten lo
mismo. (…) La comunidad se funda en la comunión; la colectividad, en
cambio, se organiza a partir de la comunicación. En apariencia, la
comunidad y la colectividad implican una parecida reducción a la
unidad. La diferencia, con todo, es importante y consiste en que si la
comunidad exige coherencia, lo que necesita y produce toda colectividad
es cohesión.
Reproducir las condiciones para que volvamos a tener comunidades urbanas en lugar de colectividades en muy difícil.
Probablemente, lo más sensato es trabajar para facilitar ese proceso
de comunicación que según Delgado produce y alimenta una colectividad:
devolver a los espacios públicos esa función de experimentar
colectivamente y transmitir de manera transparente información local.
Para perseguir este objetivo sería interesante apostar por un uso
innovador de las nuevas tecnologías que permitan amplificar las
oportunidades de comunicación y por tanto ampliar los “límites” y la
función de estos espacios.
Según Juan Freire la crisis de los espacios públicos (físicos) urbanos se debe también a la falta de un diseño (abierto) que vuelva a ofrecer a los ciudadanos un verdadero interés para que lo usen.
En búsqueda de nuevas soluciones habla de “espacios híbridos” para
hacer referencia a las oportunidades ofrecidas por la hibridación de lo
físico con lo digital en los espacios públicos.
Sin embargo hoy podemos dar por asumida la existencia de una piel
digital que caracteriza los espacios públicos y nos podemos dedicar a
definir cualidades y características; y empezar a hablar de “espacios sensibles”
haciendo referencia al carácter “vivo” de estos espacios; a su
capacidad de promover una relación bidireccional con sus usuarios, de
catalizar redes sociales hiper-locales y visualizar de manera
transparente la información relacionada con el entorno.
La integración de tecnologías digitales en el espacio físico
(para crear “espacios sensibles”) puede ser un medio para desarrollar
nuevas dinámicas de comunicación y relación entre vecinos, capaces de
mejorar la cohesión de las colectividades locales.
Para comprobarlo será necesario investigar sobre posibles sinergias,
influencias y dependencias entre cuatro conceptos: el procomún, el
espacios público, espacios comunes y nuevas tecnologías.
Internet parece ofrecer un “lugar” para las relaciones sociales
alternativo a los lugares “tradicionales”. Este hecho se puede entender
como un problema causante de incrementar el sucesivo vaciamiento del
espacio público; o por el contrario, se puede considerar como una
extraordinaria oportunidad para fortalecer las relaciones sociales
locales: Internet es hoy en día el “lugar” donde con más éxito se están experimentando modelos de gestión colectivos.
El paradigma del procomún (commons) reconoce que la creación de
valor no es una transacción económica esporádica como mantiene la
teoría del mercado sino un proceso continuo de vida social y cultura
política. En lugar de constreñirnos con la lógica del derecho de
propiedad, de los contratos y de las impersonales transacciones de
mercado, el procomún inaugura un debate más amplio, más vibrante y más
humanista. Se pueden renovar las conexiones entre nuestras vidas
sociales y los valores democráticos, por un lado, y por otro entre el
rendimiento económico y la innovación. Ganan una nueva legitimidad
teórica temas que de otra forma se habrían dejado de lado, como las
virtudes de la transparencia, el acceso universal, la diversidad de los
participantes, o una cierta equidad social. Es indudable que el procomún juega un papel vital en la producción económica y social de nuestros días. Cuándo se aceptará plenamente ese papel, o cómo afectará a nuestras futuras actuaciones, es algo que debemos dilucidar. (Bollier D., 2003)
El concepto de espacio común hace referencia a la idea de espacios
que no están sujetos a ningún orden pre-establecido, son espacios que
se crean por la necesidad o una acción del momento en el que actúan dos
o más personas.
Como nos recuerda Eduardo Serrano,
estos espacios se crean casi siempre en las fronteras, en ese espacio
donde dos mundos se encuentran, se tocan o colisionan. La necesidad o la simple creatividad de sus “usuarios” es el elemento portante y estructurante de estos espacios.
El espacio público puede volver a desempeñar una importante función dentro del sistema económico y social contemporáneo al caracterizarse como espacio de acceso universal y desarrollo del procomún.
Este protagonismo se podría conseguir utilizando las redes y medios
sociales como catalizadores de las relaciones entre vecinos, y las
nuevas tecnologías como equipamiento básico para el intercambio y la
visualización de información local.
Diseñar los espacios públicos como lugares donde garantizar el libre
intercambio de información y promover la transparencia de la gestión
del propio entorno volverá a dar a estos espacios un papel fundamental
para la sociedad; volviendo a tener la vitalidad que actualmente parece
haber perdido.
Este articulo ha sido escrito por Domenico Di Siena para el blog “La Ciudad Viva“, una iniciativa de la Consejería de Vivienda y Ordenación del Territorio de la Junta de Andalucía.
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